Santa Teresa Doctora

EL  DOCTORADO  ECLESIAL  DE  SANTA  TERESA (1970)

Por Manuel Diego Sánchez, Carmelita Descalzo

El título y la representación de santa Teresa con los atributos doctorales puede conducir a alguna que otra confusión. Porque así sonaba (Teresa, la doctora mística) desde hace siglos, y así también se la representaba y procesionaba, al menos en España. Pero toda esta unanimidad a la hora de venerar a Santa Teresa nos suscita la duda de que si antiguamente hubo ya alguna declaración oficial por parte de la autoridad eclesial que justifique este comportamiento. La respuesta es rotunda: nunca la hubo porque en la disciplina eclesial entonces vigente, para llegar a la declaración de “Doctor de la Iglesia” (una categoría de santos muy excluyente) había una norma que lo impedía, y era el hecho de ser mujer. Y así siempre que se trataba de pedirlo o solicitarlo explícitamente a Roma la respuesta era negativa, todavía en el siglo XX (obstat sexus, se respondía en latín). Esto quiere decir que cuando Pablo VI, después del Concilio Vaticano II, superando esa mentalidad, decidió concederle el título de mujer (1970), no sólo cambió la norma eclesial, sino que cumplió un gesto profético, si no es que también fuese revolucionario. Santa Teresa, desde entonces, abre la primera esa lista de mujeres que ostentan el título de Doctoras de la Iglesia.

En el caso de Teresa nos hallamos ante una mujer escritora cuyo mensaje espiritual corre por toda la Iglesia apenas muerta. Cuando Fr. Luís de León, el primer editor de sus obras afirma sin más en el prólogo de su edición (1588) que “en la alteza de las cosas que trata, y en la delicadeza y claridad con que las trata, excede a muchos ingenios; y en la forma del decir, y en la pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras, y en una elegancia desafeitada, que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale”. Es la primera defensa del estilo y del contenido de la escritura teresiana, lo que incluso le lleva a afirmar que  “no dudo sino que hablaba el Espíritu Santo en ella en muchos lugares, y que le regía la pluma y la mano”.

Además de la universal lectura de su obra, lo que resultó decisivo fue el recurso que desde el siglo XVII hace la teología católica a su autoridad para tantas cuestiones del pensamiento cristiano, y no sólo en el sector místico. De ahí que también su obra se traduce y se difunde por toda Europa resultando ser una maestra espiritual indiscutible. Esto es, sin duda, lo más importante, puesto que el dato de la unanimidad y universalidad en la recepción de sus escritos es lo que ha sustentado desde antiguo esa posibilidad de contarla entre los doctores de la Iglesia.

Hasta el arte difunde este pretendido doctorado, por ejemplo, en el famoso grabado y lienzos de santa Teresa enseñando en cátedra a doctores universitarios y obispos de la Iglesia; o en el abinamiento que hallamos en ciertos cuadros de santa Teresa y Santo Tomás de Aquino, como las dos lumbreras de la teología eclesial (un ejemplo en Alba de Tormes); o en el grabado de Richard Collin puesto al frente de las obras teresianas editadas en Bruselas, 1674 y que, a su vez, inspiró el lienzo del pintor mexicano Juan Correa (1646-1716), en el que aparecen 4 medallones o cartelas con los méritos o excelencias de santa Teresa, uno de los cuales dice expresamente en latín que  “Para el doctorado, concedido en solemne rito, con la anuencia del papa Urbano VIII, por la Universidad salmantina, a causa de la excelencia de sus libros editados en razón de sus méritos”.  Así, la universidad de Salamanca (no sabemos cuándo exactamente, pero debió ser en el siglo XVII) se adelantó proféticamente a todos, gracias esa concesión papal “vivae vocis oráculo”, es decir, otorgada por el papa esta gracia de revestirla de las insignias doctorales, en forma coloquial y espontánea, no mediante una bula o documento oficial. Esta concesión salmantina la registran varios antiguos autores.

Fue mérito del siglo XIX el resucitar la cuestión o el problema de un posible doctorado eclesial para santa Teresa (san Enrique de Ossó lo promueve con entusiasmo), un tema que se pone de moda y se discute hasta bien entrado el siglo XX. El doctorado “honoris causa” (1922) de la Universidad salmantina tiene otro sesgo, nada tiene que ver con un reconocimiento eclesial, aunque sí ayudó a tomar conciencia de ello.

Hasta después del Concilio Vaticano II no hallamos receptividad para el asunto, sino bajo el pontificado del gran papa Pablo VI que se interesó personalmente por el tema con el fin de recuperar la conciencia de la misión y dignidad de la mujer en la Iglesia. Y así anunció en un congreso internacional de laicos (22-6-1967) su propósito de conceder el doctorado eclesial a santa Teresa, y posteriormente  se lo otorgó solemnemente (27-7-1969),  no sin señalar que ésta era la primera ocasión que tal título se concedía a una mujer.

Fue en la homilía de la misa de aquel día, parte pronunciada en español y parte en italiano, donde desarrolló con palabras inspiradas, el significado eclesial e histórico de lo que se estaba cumpliendo en ese momento. La comenzó de una forma extraña, para llamar la atención de los oyentes, casi como si hubiera sido un error suyo de apreciación, a última hora, pero no era así:

Acabamos de conferir o, mejor dicho, acabamos de reconocer a Santa Teresa de Jesús el título de Doctora de la Iglesia.

Era afirmar que se había cumplido un acto de justicia con esta mujer, ya que desde siempre era leída y venerada como tal, como maestra espiritual de los creyentes, aunque oficialmente nunca se le hubiera dado o reconocido tal título. Por eso reconocía la trascendencia del momento "en el hecho que acabamos de grabar en la historia de la Iglesia y que confiamos a la piedad y a la reflexión del Pueblo de Dios, en la concesión del título de Doctora a Teresa de Ávila, a Santa Teresa de Jesús, la eximia carmelita". Y lo calificaba como de un acto luminoso que proyectaba un haz de luz sobre ella y sobre nosotros.

La historia y el gesto definitivo de Pablo VI demuestran suficientemente que santa Teresa de hecho siempre ha sido considerada como doctora mística; pero de derecho no fue reconocida como tal hasta el 1967, superando de esta manera una serie de trabas culturales y disciplinares que lo obstaculizaban; ciertamente no eran impedimentos teológicos.

EL  DOCTORADO  TERESIANO  “honoris causa” de la Universidad de Salamanca (6/8-10-1922)

                                                                       Por Manuel Sánchez Diego, Carmelita Descalzo

 

Fue un acto literario de mucha altura y que brilló con luz propia dentro del III centenario de la canonización de santa Teresa, y hasta tuvo mucha resonancia nacional e internacional. Y eso que se gestó de forma muy rápida y sencilla.

Hoy sabemos que la idea de esta distinción académica no salió inicialmente de la misma Universidad, sino más bien del obispo de Salamanca, Julián de Diego Alcolea, el cual la solicitó expresamente con carta a la institución salmantina (10-1-1922). El claustro de profesores universitarios, presidido por el vicerrector Miguel de Unamuno, aprobó la iniciativa (1-3-1922) y nombró una comisión para la organización del acto académico que trabajase de forma conjunta con la Junta salmantina del Centenario, dejando siempre a salvo que debería ser no un acto religioso, sino de carácter literario. La concesión universitaria adquirió más importancia cuando se invitó a los reyes de España, Alfonso XIII y Victoria Eugenia, y ellos aceptaron presidir tan solemne acto académico. En mayo de este mismo año el rey Alfonso XIII había realizado otro viaje a Cáceres y Salamanca, cuando visitó toda la zona deprimida de las Hurdes, incluso el Desierto carmelita de las Batuecas y el pueblo salmantino de la Alberca.

La concesión de tal título era la primera vez que lo otorgaba esta Universidad después de la instauración de la autonomía universitaria y, además, la primera vez que éste se concedía a una mujer. Tiene su importancia. Aunque también es verdad que la antigua universidad salmantina, desde la beatificación y canonización teresianas en el siglo XVII, había tenido por su cuenta diversas iniciativas que demostraban cómo consideraba digna a santa Teresa del reconocimiento doctoral.

Fijada la visita real para los días 6 al 8 de octubre del 1922, lo primero de todo fue el acto académico presidido por los reyes en el edificio de la vieja Universidad, en el que hablaron el entonces rector de Salamanca, Luís Maldonado, el presidente del Gobierno de España Sánchez Guerra y, también el mismo Rey con un discurso muy pertinente al acto. El obispo salmantino respondió con un agradecimiento que quería evocar las mismas palabras teresianas de agradecimiento a gesto semejante que le concedía esta antigua institución a la que siempre estuvo tan ligada. En esta misma ocasión se firmó el acta oficial de concesión extendida en doble pergamino, uno para la Universidad de Salamanca y otro para la iglesia del sepulcro teresiano en Alba, ambos todavía allí conservados.

El 7 de octubre se celebró en el teatro Liceo de la ciudad un acto literario que sirvió para conceder los galardones a los trabajos históricos y literarios premiados en un concurso que había promovido la asociación salmantina de estudiantes católicos.

Y el día 8 fue reservado a Alba de Tormes, para imponer las insignias doctorales a la imagen procesional de Santa Teresa, acto celebrado en el recinto de la basílica teresiana en construcción. La reina le impuso primero el birrete doctoral, una digna obra de orfebrería realizada por el famoso artista sacerdote Félix Granda; el rey Alfonso le colocó una pluma de oro en su mano derecha que él mismo había regalado, cumpliendo entonces el gesto espontáneo de besar la mano de la imagen, algo que fue muy aplaudido. Luego visitaron ambos el sepulcro y hasta la clausura del convento carmelita, firmando en el libro de honor. Y no acabó ahí todo, sino que además comieron en Alba, en la entonces conocida Hospedería Teresiana, hoy Hostal América. Desde Alba, en la tarde de aquel mismo día, viajaron en coche hacia Madrid, deteniéndose antes en Ávila.

De aquella jornada memorable para Alba de Tormes queda el recuerdo, pero también las insignias doctorales que, sólo una vez al año, cada 15 de octubre, lleva siempre impuestas aquella misma imagen teresiana en su itinerario procesional por las calles de la villa.

Aunque lo de Salamanca no fue un reconocimiento implícito del magisterio espiritual de santa Teresa, esta concesión salmantina sí que fue el preludio del doctorado eclesial que años más tarde (27-9-1970), superando prejuicios seculares dentro de la Iglesia, le concedió el Papa Pablo VI. También en esta ocasión era la primera vez que se concedía tal título oficial (maestra de teología y de los caminos del espíritu) a una mujer.

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