(Roma, 12-3-1622)
Por Manuel Diego Sánchez, Carmelita Descalzo
Fue el punto final del reconocimiento a esta mujer por parte de la Iglesia, y este momento significaba un salto importante en la presentación de su figura, puesto que era el refrendo oficial a la santidad de aquella que, finalmente, entraba dentro de la categoría de los santos, es decir, aquellos cristianos de vida excelente que se proponen como modelos de vida y como intercesores eficaces ante Dios. Hoy nos puede parecer un largo proceso el suyo, desde 1582 en que muere hasta 1622 en que viene canonizada. Pero más bien, dadas las normas canónicas vigentes en la Iglesia para hacer tal declaración pública, podemos juzgarlo como un camino rápido y fulgurante.
Beatificada santa Teresa el 24 de abril del 1914, lo cual ya era el inicio de un culto litúrgico oficial, aunque en forma más restringida, el proceso se continuó de inmediato, sin parar, y gracias a un grupo de carmelitas descalzos españoles entonces residentes en Roma (Juan de Jesús María Calagurritano, Domingo de Jesús María Ruzola, Tomás de Jesús Sánchez Dávila… ) que defendieron y sistematizaron de manera muy eficaz el sistema doctrinal y místico teresianos, contando con los milagros importantes que ya se le atribuían, además del interés de la monarquía española y de otras tantas monarquías europeas que apoyaron el asunto, pudo ser canonizada el 12 de marzo del 1622. La ocasión fue única y muy solemne en Roma, excepcional, dado que en una misma ceremonia el papa Gregorio XV canonizó de forma simultánea a San Isidro Labrador, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, Santa Teresa de Jesús y el italiano San Felipe Neri.
La ceremonia celebrada en la nueva basílica vaticana, adornada en su interior para la ocasión con un aparato arquitectónico efímero a modo de escenario teatral, que nos ha llegado a través de un grabado del tiempo, se desarrolló conforme a un ritual más bien de tono jurídico. Consistía fundamentalmente en una especie de súplica ficticia triple hecha al Papa por el cardenal competente, en la que se suplicaba procediera a la canonización de estos santos y que diera orden de extender una bula o texto solemne papal mediante la cual se daba a conocer al mundo católico esta decisión favorable y donde además se determinaba la inclusión en el calendario de la Iglesia y la fecha de su celebración litúrgica, que en el caso teresiano, entonces era el 5 de octubre, más tarde se trasladaría al 15 de octubre, la fecha que todavía mantenemos hoy. La triple petición al Papa era aceptada por el papa con una prudente reticencia (simulando) y, después de cada petición, se interpretaban algunos textos sacros adecuados (las letanías de los santos, el himno Veni Creator Spiritus…) para demostrar que se trataba de una decisión importante y trascendente, por lo cual se necesitaba de una especial asistencia divina; a la tercera va la vencida -digámoslo así- el Papa se rendía y pronunciaba la formula solemne latina de canonización: Para honra y gloria de Dios, y de la Santísima Trinidad; para exaltación y aumento de la fe católica… determinamos, juzgamos y definimos que la bienaventurada Teresa, virgen, … es santa, gloriosa y alabada…. Por lo cual sentimos y mandamos, definimos y determinamos que sea puesta, asentada y numerada en el catálogo y número de las santas vírgenes… y por tal mandamos, queremos y ordenamos sea tenida y reverenciada.
A la declaración solemne papal le seguía el sonido de tromperas y campanas, la suelta de palomas, la entrega de cuantiosos dones y regalos, y el gesto reverencial de cardenales y representantes regios asistentes a la persona del Papa. Todo concluyó con la misa de los nuevos santos celebrada por el mismo Papa.
Al día siguiente se llevaron procesionalmente los estandartes de la canonización de cada santo a sus respectivas iglesias, donde éstos presidían las solemnes fiestas de las jornadas siguientes. El estandarte teresiano de aquello ocasión fue trasladado y colocado en la iglesia carmelita de Santa María della Scala, en pleno barrio romano del Trastevere; ahora lo tenemos en la villa de Alba expuesto en el museo CARMUS, pero hasta mediados del siglo XX colgaba de la bóveda gótica de la iglesia del sepulcro teresiano. Es una bella pieza pintada y bordada en seda, seguramente elaborada en la misma ciudad de Roma, en cuyos extremos luce los escudos de la Orden Carmelita y de las diversas ramas de la familia ducal albense.
Por suerte, también conservamos en Alba de Tormes el cuadro romano que se encargó por la Orden para perpetuar la ceremonia, del mismo pintor, e idéntico al que se halla en la puerta de la sacristía de la iglesia romana de los Jesuitas, la famosa iglesia del Gesù, con excepción de los santos canonizados, que cambian según la Orden o institución que los encarga. Desde luego este lienzo representa muy bien el carácter teatral y solemne de aquella ceremonia vaticana de marzo del 1622.
A las solemnes ceremonias romanas siguieron luego las celebraciones propias en casi todas las ciudades de España y allí donde había convento de monjas o frailes carmelitas, con la particularidad de esta ocasión algunas aunaban a los 4 santos españoles.
Ilustración. Fiestas del centenario de Santa Teresa de Jesús Comba y García, Juan, 1852-1924. Biblioteca Digital Castilla y León
Ayuntamiento de Alba de Tormes - Plaza Mayor 1. 37800 Alba de Tormes (Salamanca)
Horario de atención:
De lunes a viernes de 09:00 a 14:00 h
Teléfono: 923 30 00 24 | Correo electrónico: alcaldia@villaalbadetormes.com